Cuenta la historia que Colombia fue el único país latinoamericano que envió tropas a esta contienda, un hecho que Corea del Sur no olvida.
Más de 25 días de continuo navegar a 16 nudos de
velocidad promedio: 9.130 millas náuticas recorridas entre Buenaventura y Pusan
a donde desembarcó el Batallón Colombia el 16 de junio de 1951, como parte de
la participación de Colombia en la Guerra de Corea, considerado el primer
conflicto bélico de la llamada Guerra Fría.
Los sobrevivientes, aquellos que lograron volver con viva
a su patria, todos condecorados, en su gran mayoría han partido, no sin antes
dejar su historia, narrada a las siguientes generaciones, como nunca dejó de
hacerlo el General Álvaro Valencia Tovar, uno de los militares más destacados
durante el siglo XX, quien entre los libros que escribió, se encuentra
‘Colombia en la Guerra de Corea’.
Ya hace unos años falleció el General Valencia y fue
despedido con honores, pero su historia, como la de sus compañeros de lucha
sigue viva, cuando como capitán, hizo parte de dicho batallón, una unidad
militar creada durante el gobierno del presidente Laureano Gómez, con el
propósito de participar y apoyar a las Naciones Unidas en la guerra que se
estaba librando para contener la invasión del régimen comunista de Corea del
Norte en su hermana del Sur.
De hecho, cuenta la historia, que Colombia fue el único
país latinoamericano que envió tropas a esta contienda, un hecho que Corea del
Sur no olvida y no ha dejado de agradecer, pero además, fue una experiencia que
marcó un antes y un después en el desarrollo del Ejército Nacional de Colombia.
Durante los últimos años, entre la admiración y el dolor
de su partida, Álvaro Valencia Parra, decidió explorar la gran cantidad de
archivos y documentos que su padre conservó en abundancia.
Entre cartas, borradores de artículos de prensa,
documentos de tipo histórico y militar, así como fotografías de distintas
épocas, que nunca tuvo el tiempo de terminar de organizar, su hijo encontró una
obra de la cual su padre nunca habló.
Una serie de escritos reunidos, a manera de diario, que
constituye su propia vivencia de la Guerra de Corea desde adentro como Capitán
y jefe de operaciones del primer Batallón Colombia, desde la preparación, la
polémica que se generó en el país por este envío de tropas, y los resultados
que terminó arrojando.
La década de los cincuenta apenas da sus primeros pasos,
en este libro, el Capitán Valencia habla de cómo fueron organizadas las seis
compañías que conformaron el Batallón Colombia, el largo viaje hasta el otro
lado del mundo cruzando el Pacífico, junto las acciones en las que
intervinieron soldados colombianos, muchos de ellos no regresaron, muertos en
combate, desaparecidos o hechos prisioneros.
En total, Colombia aportó tres fragatas y un batallón de
infantería, que a lo largo de sus tres años de participación en el conflicto
sumó unos 4.750 efectivos.
Cuando el 27 de julio de 1953 se firmó el armisticio que
puso fin a las hostilidades, las bajas colombianas sumaban 196 muertos y
desaparecidos, y más de 400 heridos.
En principio, la posición del gobierno colombiano no era
muy distinta a la que habían adoptado sus pares latinoamericanos, dado que, si
bien hubo un respaldo contundente -al menos discursivo- a la iniciativa
estadounidense, algunos sectores en Colombia notaban que el país apenas contaba
con las fuerzas para atender sus necesidades internas en una coyuntura
particularmente compleja: de transición presidencial y contiendas
bipartidistas, enmarcadas en el período de La Violencia.
No obstante, el gobierno de Laureano Gómez Castro ofreció
una unidad naval a las fuerzas aliadas y dos semanas más tarde agregó a su
compromiso un batallón de infantería, que aún no existía. Aceptadas ambas
unidades, el ministro de guerra colombiano, Roberto Urdaneta, envió la fragata
Almirante Padilla desde Cartagena hacia la base naval de San Diego
(California), bajo el mando del capitán de corbeta Julio César Reyes Canal, con
el fin de adelantar reparaciones y adecuación de su equipo para la misión de
guerra y un período de entrenamiento para su tripulación. Así se estableció en
el Decreto 3230 del 23 de octubre de 1950. En relación con el cuerpo de
infantería, el Decreto 3927 de diciembre de 1950, creó el Batallón de Infantería
N.º 1 Colombia, con destino al ejército de las Naciones Unidas en Corea.
El primer convoy enviado fue una flota de la Armada, el
famoso Almirante Padilla, que zarpó de Cartagena el 1 de noviembre de 1950 con
destino a la Base Naval de San Diego en Estados Unidos. Allí debió ser adaptada
y preparada para poder continuar hacia Pearl Harbor, y luego a la Base Sasebo
en Japón donde fue asignada para patrullar la costa oeste de Corea. Este y los
siguientes grupos de soldados colombianos que viajaron a Corea recibieron
entrenamiento de militares estadounidenses. El 18 de mayo de 1951, partió de
Buenaventura, en el Pacífico de Colombia, el primer contingente del Ejército
que desembarcó en el puerto de Busán, Corea del Sur, el 16 de junio del mismo
año. Los soldados colombianos lucharían a más de 16.000 kilómetros de su país
en una de las mayores batallas ideológicas de la historia reciente.
"He combatido en tres guerras. Pensé que nada me
faltaba por ver en el campo del heroísmo y de la intrepidez humana. ¡Pero me
faltaba ver combatir al Batallón Colombia!" Blackshear M. Bryan, Teniente
General del Ejército de Estados Unidos
El Batallón Colombia estuvo bajo la dirección de las
tropas de Estados Unidos, específicamente las divisiones 7 y 24 de infantería.
Los colombianos participaron en múltiples combates (Nomad, Thunderbolt, Climber
y Bárbula). Además, las fragatas ARC Almirante Padilla, ARC Capitán Tono y ARC
Almirante Brión de la Armada Nacional participaron de varias acciones militares
durante la guerra. Uno de los enfrentamientos más icónicos en los que
participaron soldados colombianos fue el de las colinas de Old Baldy al norte
de Seúl. Si bien este duró 10 meses, fue durante la quinta batalla en marzo de
1953 que la contribución de Colombia fue esencial para las fuerzas de la ONU.
Allí, los colombianos impidieron el avance de las tropas chinas a lo que habría
sido un acceso directo a Seúl. Algunos veteranos sugieren que gran parte de su
éxito se debía a las similitudes de ese terreno con las montañas de Boyacá y
Antioquia. En esta batalla fallecieron 95 soldados, 97 fueron heridos y 30
tomados como prisioneros de guerra por los chinos.
El 27 de julio de 1953 se estableció el Armisticio de
Panmunjom donde las dos partes aceptaron al paralelo 38 como línea fronteriza.
Para esa fecha, 145 combatientes colombianos habían muerto, 610 estaban
heridos, y cerca de 69 desaparecieron. Para el pueblo coreano este conflicto
dejó más de tres millones y medio de víctimas mortales, así como miles de
desplazados y desaparecidos. Habiendo cumplido con su misión, el Ejército salió
de Corea del Sur en 1954 y la Armada en 1955.
Regreso
a Colombia
El 30 de noviembre de 1954, el presidente General Gustavo
Rojas Pinilla realizó un discurso de bienvenida al último contingente militar
que llegó de Corea. Exaltó la participación colombiana, en los mismos términos
que lo hizo Laureano Gómez en la despedida del 12 de mayo de 1951.
Aparecieron numerosas publicaciones militares sobre las
experiencias de la guerra y varias cátedras nuevas en las escuelas militares a
cargo de los oficiales que tuvieron la experiencia de la guerra. Después de la
expectativa que generó el regreso de las tropas a Colombia, los recién llegados
combatientes, se encontraron con una dura realidad: “Algunos integrantes,
especialmente suboficiales, continuaron en el Ejército Nacional. La mayoría,
especialmente los soldados rasos inhabilitados en el frente para la vida
militar, se dispersaron por todo el país, hacia sus hogares, convencidos que su
condición de veteranos les abriría las puertas del trabajo remunerado. Muchos
de ellos consiguieron incorporarse de nuevo a las empresas que abandonaron para
viajar a Corea. Pero la mayoría se hizo miembro forzoso de esa numerosa,
desadaptada y dramática familia de los veteranos sin empleo”.
El soldado colombiano de la guerra de Corea fue
representado después de diversos modos, según los intereses interpretativos de
quien hiciera la lectura. Así, los oficiales que fueron a la guerra
construyeron su propia visión mítica del soldado. De igual manera, los
académicos y literatos que reconstruyeron la guerra crearon su propia versión
del soldado, más cercana a una víctima. Finalmente, sesenta años después, los
mismos soldados también reconstruyeron su papel de una manera particular,
reivindicando sus actuaciones dentro de la guerra.